El sábado 13 de marzo se cumple un año del primer paciente diagnosticado positivo en el país. De entonces a la fecha a los vecinos les sobrevive el miedo y la discriminación hacia quiénes padecen la enfermedad.
Por Carmen Maldonado Valle
«Una llamada que jamás hubiera querido recibir. Es oficial la entrada del coronavirus a Guatemala, porque tenemos el primer caso». Esas fueron las palabras del presidente Alejandro Giammattei, el 13 de marzo de 2020. Los ciudadanos prestaban atención frente al televisor, computadora o teléfono cuando el funcionario reveló que el paciente era de Quiché y después lo corrigieron.
El primer contagiado tenía 27 años y recién volvía de Europa, el ministerio de Salud lo registró como lugar de residencia la ciudad de Guatemala. Dos días más tarde, se confirmó el segundo caso: un hombre de 85 años, de San Pedro Sacatepéquez, quien horas después de ser diagnosticado falleció. «Temor. Con esa palabra puedo describir ese día: la gente tomó en serio la enfermedad porque se llevó la vida de alguien. Encima, esta persona había estado en contacto con más personas, porque era dueño de una maquila”, recuerda Noé Boror, el alcalde.
Él es médico de profesión y este es su primer período al frente de la comuna, electo por el partido Compromiso, Renovación y Orden (Creo).
El miedo no solo provenía de tener la enfermedad, sino de la discriminación que llevaba consigo: “En las tiendas, con solo ver a alguien resfriado ya no le vendían. Los vecinos se peleaban en las calles y hacían a un lado a los sospechosos de haberse contagiado. Era una discriminación tremenda fruto de no saber quién estaba enfermo”.
El 12 de abril de 2020, el Gobierno dispuso como medida obligatoria la utilización de mascarillas y el distanciamiento físico de al menos un metro y medio entre cada persona. Para ese momento los habitantes de San Pedro Sacatepéquez llevaban un mes con la mascarilla puesta.
El Censo 2018 detallaba que cuatro de cada diez hogares no tenían agua potable dentro de la casa, lo que dificultaba el lavado de manos constante para cientos de vecinos. Las adquisiciones relacionadas con este recurso en el municipio registró un aumento en Guatecompras a partir de marzo de 2020, en materiales para suministro de agua entubada. El jefe edil no precisa cuántas familias se beneficiaron.
“Aunque las medidas no se han relajado, algunas personas sí”, reconoce. Por eso, entre el 19 de mayo y el 19 junio de 2020 hubo un repunte de casos positivos: mientras en cada una de las semanas anteriores no hubo más de cinco contagiados. La cifra llegó a cuadruplicarse, como indican las cifras del ministerio de Salud.
«Debíamos andar con cuidado«
San Pedro Sacatepéquez está a 22 kilómetros de la Ciudad de Guatemala. Según la Secretaría de Planificación y Programación de la Presidencia (Segeplan), ocho de cada diez vecinos son indígenas y la actividad económica principal es el cultivo de vegetales, frijol y maíz.
Durante las primeras semanas de contagio, sus habitantes se resguardaron en sus hogares y las calles se vaciaron. Los mercados se cerraban a mediodía y la alcaldía estableció como límite 60 visitantes en ellos, además de pedir a las empresas adaptar sus instalaciones para guardar dos metros de distancia entre los trabajadores.
El confinamiento era bien visto hasta que los bolsillos se vaciaron, cuenta Andrés Subuyuj, vecino del centro de San Pedro Sacatepéquez. Al no haber otras opciones, algunos pusieron ventas de frutas, verduras y abarrotes en los portones de las casas, pero el precio era más elevado.
También se cancelaron los funerales. De hecho, el suegro de Subuyuj falleció por coronavirus. “Ni flores ni velas ni gente. Nos entregaron el ataúd emplasticado y fuimos directo al cementerio. Cuando se pierde a alguien se espera despedirlo, pero él murió solo y para el entierro solo pudieron ir sus dos hijas y su señora”, recuerda.
En abril, Subuyuj vivía junto a su esposa, sus tres hijos y su suegro. Cuando este presentó síntomas, todos se hicieron la prueba, pero solo él dio positivo. Tal y como relata, en dos semanas pasó de un estado de salud controlado a uno grave, entonces lo trasladaron a la unidad de cuidados intensivos, donde no podía recibir visitas. Allí estuvo hasta el 3 de mayo, cuando murió.
“Debíamos andar con cuidado. Ahorita todos son tolerantes y le desean a los enfermos que se mejoren, pero a nosotros nos dejaban notas porque no nos querían allí. Pensaban que todos estábamos enfermos”, cuenta después de toser y aclarar que no tiene coronavirus.
Tras la muerte de su suegro, su familia no perdió el contacto con Marcela Citalán, una enfermera del municipio que lo atendió en una clínica privada mientras estuvo en el intensivo.
“La enfermedad era nueva y aprendíamos con cada contagiado que no todos iban a tener los mismos síntomas: teníamos una lista de signos de COVID-19, pero algunos se salían de ese cuadro”, cuenta Citalán.
A su criterio, el trato con los pacientes no era muy distinto porque muchos estaban conscientes y eran autónomos, pero la rutina en casa sí cambió. En vez de entrar por la puerta principal, pasaba primero a la lavandería para dejar su ropa y luego tomaba un baño. Después de eso saludaba a su familia sin contacto físico, y solo se quitaba la mascarilla al estar en su habitación.
La situación en las escuelas
A cuatro kilómetros del centro está la escuela primaria del cantón El Aguacate. Allí, los profesores tienen los mismos alumnos durante seis años. “Quien da primero ahora, el otro año imparte segundo, y así nos vamos”, explica quien ahora es la maestra titular de tercero primaria, Amanda Alvarado.
A partir del 13 de marzo, cuando todo cerró, la instrucción fue continuar con las clases “pero nuestros niños no tenían dinero para comprar una computadora, así que les enseñábamos a través de audios y videos en WhatsApp, y les poníamos una fecha límite para entregar sus tareas allí también”, sostiene la docente.
Los padres sin un teléfono inteligente en casa iban cada dos semanas a la escuela y Alvarado les entregaba dos juegos de hojas: el primero tenía las explicaciones de los temas de clase, mientras en el segundo se veían los ejercicios y tareas que cada niño debía entregar cuando se le indicara. El mismo mecanismo se usaba con los exámenes.
Ni la municipalidad ni el ministerio de Educación les ofrecen opciones para la conectividad de los estudiantes y así puedan recibir clases a distancia.
“Lo más duro no fue la nueva dinámica de clase sino pensar en los niños que venían a la escuela para comer. Antes se les daba un vaso de atol y una refacción sencilla a diario, pero eso dejó de ser posible”. Y así dejó de tener contacto Alvarado con al menos cinco de sus estudiantes.
Durante 2020, el ministerio de Educación (Mineduc) registró el retiro de 268 estudiantes de San Pedro Sacatepéquez que asistían a los institutos oficiales y municipales. Otros 691 no fueron promovidos.
Por otro lado, el último censo refleja que siete de cada diez habitantes mayores de siete años no tenían una computadora en sus hogares. Mientras tanto, seis de cada diez no tenían acceso a internet. Esta situación se agrava en poblaciones rurales.
Según un análisis de Empresarios por la Educación, solo dos de cada diez acceden a internet. “Por eso es necesario un plan para que los estudiantes cuenten con dispositivos tecnológicos con el fin de acceder a las diversas plataformas digitales y continuar su formación en casa de forma efectiva”, se lee.
Las clases presenciales aún no se retoman en San Pedro Sacatepéquez porque continúa en alerta roja en el semáforo de alertas. Desde el inicio de esta dinámica en julio de 2020, solo cambió de color en dos ocasiones, cuando pasó a naranja y amarillo.
El alcalde espera que en 2021 el municipio vuelva a la normalidad para erradicar el temor porque, tras 22 muertes acumuladas por coronavirus, “llevamos un año asustados y eso solo se nos va a quitar cuando disminuya la propagación de esta enfermedad”.