Las clases presenciales se acercan en el sector público, pero 2022 no promete un ciclo escolar como los previos a la pandemia. Apunta a convertirse en un año de recuperación.

Por Carmen Maldonado Valle
Gabriela Castro de Búrbano es psicóloga con enfoque en educación especial y fue decana de la facultad de Educación en la Universidad del Valle de Guatemala. Tiene 35 años de experiencia en esta disciplina, sobre todo en grupos vulnerables, desde 2017 coordina la Gran Campaña Nacional por la Educación de la Asociación de Investigación y Estudios Sociales (Asíes). Ante el inicio del ciclo lectivo en el sistema nacional el 15 de febrero de 2022, la investigadora retrata el panorama escolar tras dos años sin clases presenciales. También explica los retos a superar, la huella de la pandemia en la educación y, sobre todo, el rezago educativo que enfrentarán estudiantes y profesores al volver a las aulas.
–¿Qué representa para los menores en edad escolar no haber ido a clases presenciales desde 2020?
–Es una medida de prevención de contagios, pero de forma inevitable tiene efectos colaterales: los alumnos, sobre todo en el área rural, tuvieron menos oportunidades de formar hábitos relacionados en buena parte con la interacción en el salón. Las habilidades de socialización, la capacidad de diálogo con personas de todos los orígenes y no solo de la familia, entre otros, pudieron disminuir durante estos dos años.
La pandemia también ha traído desempleo y desajustes económicos, y eso puede llevar a los padres a retirar a los niños de sus estudios para trabajar porque no hay cómo sostener las necesidades del hogar. Además, debemos pensar en quienes no tenían medios para conectarse a clases a distancia, como la televisión y el internet, y por eso debieron parar su aprendizaje.
Es posible tener a muchos de esos estudiantes de vuelta en 2022, pero quizás no, y es un riesgo no pensado antes de la llegada del coronavirus a Guatemala.
Según el último censo, en Guatemala hay 2 millones 364 mil 580 personas sin celulares, computadoras ni internet. A decir del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), esto limitó la capacidad de los menores para recibir clases desde los cierres a causa del coronavirus.
Alta Verapaz, dice la entidad, es el departamento con menos acceso a la red en todo el país, la mitad de las familias no tiene electricidad y solo siete de cada 100 niños y adolescentes tienen radio o televisión en su hogar.
–¿Qué panorama educativo enfrentan los docentes y estudiantes al volver a las aulas?
–La escolaridad no solo abarca cuadernos y actividades académicas, sino todas las necesidades de la persona. Una de las principales cicatrices de la pandemia para muchos es la pérdida de familiares y esa una realidad para la cual no estaban preparados los niños. Tampoco estaban listos para estar tanto tiempo sin salir o para contemplar que quizá al volver haya escritorios vacíos.
También pudieron cambiar las relaciones familiares y las circunstancias económicas, entonces traen una carga emocional no vista antes porque no habíamos pasado por una pandemia en el último siglo.
Además, está el peligro inminente del rezago educativo, porque sería ingenuo afirmar un aprendizaje homogéneo en los niños. No todos tenían internet, no todos tenían televisión, no todos tenían materiales escolares en casa y no todos tenían el mismo contexto. Tal vez tuvieron las mismas lecciones, pero no podemos decir “todos aprendieron lo mismo”.
Ahora el alumno se enfrentará a recuperar sus rutinas en el salón de clases o adquirirlas en algunos casos y luego tener el desempeño académico esperado para su edad. Los maestros, mientras tanto, deberán hacer diagnósticos de hasta dónde llegó lo aprendido por cada estudiante durante estos años y qué se debe reforzar para ayudarlo a alcanzar el nivel donde debería estar.
Este año es atípico, porque no entrarán y seguirán adelante como si nada hubiera pasado. Al contrario, se deberá analizar el resultado de los últimos dos años en cada alumno y a partir de ello empezar la recuperación. Después de eso se podrá pensar en seguir el curso normal.
–¿Quiénes no alcancen el nivel educativo esperado deberían repetir grados?
–Cada caso debe evaluarse, pero antes de pensar en que esos estudiantes repitan deberíamos planificar cómo ayudarlos para igualar los niveles de aprendizaje y así puedan continuar desde donde están. Esa debería ser la primera opción.

–¿Pudo hacerse algo para evitar el rezago?
–Quizá no evitarlo por completo, pero sí pudo prevenirse al menos una parte. Uno de los factores de influencia en el aprendizaje de los niños es su salud, pero problemas como la desnutrición o la falta de atención médica van en contra de esto. Algunos volverán con una mayor desventaja académica por esos padecimientos, pero en realidad son desafíos en los cuales debió prestarse atención desde mucho antes de la pandemia.
La conectividad es otro ejemplo. Las desigualdades en los conocimientos adquiridos también se dan porque no todos tuvieron cómo recibir clases a distancia, pero en pocos lugares se ven salones con wifi promovidos por las autoridades locales o insumos para acercar a los estudiantes a la tecnología. Es una brecha clave en tiempos de enseñanza híbrida, pero también debió atenderse sin necesidad de llegar a una pandemia.
La educación tiene 360° y mucho se ha podido hacer para mejorarla, pero no a causa de un virus. Tenemos escuelas sin la infraestructura necesaria para recibir a los estudiantes, otras no tienen saneamiento, algunas no tienen piso… Esos obstáculos existían antes de 2020, pero no se resolvieron.
Según la oficial de nutrición de UNICEF,Claudia Santizo, cinco de cada diez niños en Guatemala sufren algún grado de desnutrición y cuatro de ellos tienen anemia. Esto afecta su educación porque el coeficiente intelectual “no se desarrolla por completo, el menor puede perder hasta el 40 % de sus neuronas potenciales, tendrá problemas de atención y puede producirse abandono escolar, con lo cual las oportunidades de trabajo también disminuyen”.
Esto, añade, puede convertirse en un patrón. Al crecer, una mujer desnutrida puede dar a luz a un niño desnutrido, el cual tendrá baja talla y se repetirán los efectos anteriores.
Por su parte, la investigadora de Empresarios por la Educación, Verónica Spross, resalta otra relación entre la nutrición y la educación, pues a raíz de la pandemia se reportó menos deserción escolar. “Para muchos alumnos la refacción escolar era la única comida del día y con el coronavirus este programa evolucionó a bolsas con víveres. Estar inscrito significaba tener alimento y eso pudo influir en la disminución de estudiantes retirados”, explica.
–¿Es un buen momento para el regreso paulatino a clases presenciales o se debería esperar a tener mayor cobertura en la vacunación de adolescentes?
–Lo mejor es empezar ese camino de vuelta a las aulas. La pandemia no da señales de desaparecer aún y tampoco está claro cuándo iniciará la inmunización en menores de 12 años, entonces es mejor levantarnos ahora. Es muy arriesgado prolongar el rezago educativo aún más porque se puede llegar a un punto sin retorno.
También debemos pensar en los alumnos con discapacidad, porque muchos dependían de las clases presenciales para mejorar su desarrollo cognitivo y llevan dos años sin ellas. Son grupos vulnerables donde se requiere un gran liderazgo por parte del docente y ese empeño debe comenzar lo antes posible para iniciar el diagnóstico y la recuperación.
Si seguimos los protocolos de prevención podemos disminuir los contagios. Si un menor puede asistir al resto de actividades extracurriculares, lúdicas y familiares con mascarilla para protegerse a él y a los demás, puede hacer lo mismo en el salón de clases para continuar con sus actividades académicas.
–¿Hacia dónde van los niños más pequeños, que nunca han ido a clases presenciales?
–Se trata de quienes nacieron a partir de 2017 aproximadamente y es uno de los grupos donde más atención debemos poner. Muchas habilidades psicosociales y hábitos se desarrollan en los primeros grados de estudio y debemos ayudarlos a recuperar el tiempo perdido.
Hay posibilidades de tener rezagos sobre todo en la capacidad para leer y escribir, porque son actividades donde la presencia del docente tiene mucho peso, pero este es el momento para sacarlos adelante y poco a poco situarlos donde académicamente deberían estar.
Insisto: pensemos en nivelar y no solo en hacerlos repetir.
La Organización Panamericana de la Salud ve en la pandemia el desencadenante de la peor crisis educativa de la región. Por esa razón insiste en volver a las aulas si se garantiza la bioseguridad, pues “con cada día sin ir a la escuela en forma presencial, mayor es la probabilidad de que los niños la abandonen y no regresen nunca”.