Luis Quevedo, periodista científico, explica el panorama para inmunizar de COVID-19, disponibilidad y complejidades que acarrea almacenar dosis.

Por Claudia Palma
La Organización Mundial de la Salud (OMS-OPS) aseguró que empezará a suministrar a todos los países en desarrollo la vacuna contra el coronavirus en el primer semestre de 2021 a través del Fondo de Acceso Global para Vacunas COVID-19 (o plataforma Covax, por sus siglas en inglés).
El tema hizo que el mundo sacara la nariz apenas unos segundos para respirar, pero la verdad es que países como Guatemala están a casi dos años de tenerla: Un investigación de la revista The Economist estima que estará totalmente disponible en 2022.
Luis Quevedo es periodista de Televisión Española y corresponsal de diario El Mundo, la tiene clara cuando explica cuál es la situación para países del primer mundo y del resto, como Guatemala.
Este es un extracto de su participación Foro de Cobertura de la Crisis Mundial de Salud, «Desafíos de la distribución de vacunas contra la COVID-19», organizado por el Centro Internacional para Periodistas. “Les digo como sopla el viento, no cuando llegamos a puerto”, fue una de las frases de Quevedo que mejor ilustra la disponibilidad de las vacunas, su eficacia y las complejidades que significan para los países con menos recursos la logística de adquirirla, almacenarla y distribuirla.
De momento, con cualquiera de los proveedores el país deberá firmar un acuerdo de confidencialidad. “Va relacionada directamente con la empresa, no se puede divulgar lo que ellos transfieren, cómo se está produciendo la vacuna y todos estos detalles técnicos y científicos”, declaró Amelia Flores, ministra de Salud. En cuanto al precio y el número de vacunas serán datos abiertos.
Las opciones
Para la región hay tres tipos de vacunas preaprobadas de emergencia: las fabricadas por Moderna a un costo aproximado de US$25, la de Pfizer a US$18, y la de Oxford / AstraZéneca, de US$2 a US$3.
Tanto Moderna como Pfizer tienen ciertos condicionantes que no las hacen asequibles como la “cadena de frío es exigente” y precios “inusualmente elevados”.
Un plan de vacunación para un niño costeado por la OMS tiene un costo de US$25. Una dosis de Moderna para países que no han contribuido a su desarrollo, excepto Estados Unidos, tiene el mismo precio y se requieren dos tomas para garantizar su efectividad. “Son vacunas que se han diseñado para países de rentas muy altas y sistemas sanitarios robustos que aun así lo van a pasar mal para administrar estas vacunas”, explicó Quevedo.
El otro grupo está conformado por la vacuna de Oxford / AstraZéneca, que se pensaba sería la primera en estar lista, pero ha tenido problemas metodológicos durante el ensayo. Su costo de entre US$2 y US$3 la hace atractiva. “No hay razones para desconfiar, sin embargo, se está planteando renovar la fase tres”.
Aunque de la Sputnik V no hay datos de ensayos conclusivos el precio podría ser menor y además puede refrigerarse en una nevera corriente. Su desventaja, dice el experto, es que requiere dos dosis y complica la logística en zonas rurales.
Otra alternativa puede ser la vacuna de Janssen de una dosis refrigerada que simplifica la logística, pero aún le falta a su desarrollo. Tampoco deben descontarse las vacunas chinas que con el tiempo podrían ofrecer precios accesibles para países en desarrollo.
Para cualquier vacuna, Quevedo deja en claro que no es lo mismo realizar un ensayo clínico que la vacunación masiva. Es decir, un ensayo con 50 mil voluntarios, que vacunar a 3 millones de personas y esperar los efectos adversos que probablemente los habrá. Es más, algunos ni siquiera tengan que ver con la vacuna, pero coincidirán en circunstancias, tiempo y espacio a quienes se las aplique.
Un gobierno no puede obligar a vacunar a sus ciudadanos, pero sí ofrecer incentivos para quienes trabajen en casas de retiro o plantas de procesamiento cárnicos, por ejemplo. Lo que queda en claro es que la vacunación debe ser un acto democrático y colectivo que involucre a la mayor cantidad de personas.