Cada dos semanas aumentan los municipios en rojo en el semáforo de alertas, pero esta ciudad conoce el secreto para no rozar ese color: pasar semanas enteras sin hacer pruebas.
Por Carmen Maldonado Valle
“Prácticamente todo el país está pintado de rojo. Pero en Sololá, Suchitepéquez y Totonicapán hay municipios en alerta naranja y amarilla”, dijo el 2 de julio la titular de epidemiología del ministerio de Salud, Lorena Gobern. Una de esas ciudades es Santa Lucía La Reforma, Totonicapán, la cual tiene positividad nula, pero porque solo ha hecho una prueba de COVID-19 en los últimos 30 días.
Desde julio de 2020, la localidad ha estado tres veces en anaranjado, como consta en el semáforo de la cartera, y otras seis en amarillo. Y en este último la tabla muestra cómo en los 15 días anteriores a la publicación no se hizo ningún hisopado.
El Instituto Nacional de Estadística (INE) proyecta una población de 25 mil 668 personas en esa ciudad en 2021. De estas, 17 han dado positivo a coronavirus. En total, desde la llegada de la pandemia al país, han hecho 82 tamizajes.
“Tenemos pruebas. Aunque invitamos a la gente a hacerse una si tiene síntomas, no viene. Les hemos contado de los efectos y las muertes en español y en su idioma, pero no creen en el virus y por eso ni siquiera se protegen”, explica el epidemiólogo de esa área de salud, César Torres.
Un agravante es la renuencia por parte de los líderes comunitarios. “Ellos desconfían de la información sobre la enfermedad y las vacunas, siembran ese sentimiento entre sus vecinos”, añade. De acuerdo con Salud, en la localidad se han inscrito 188 vecinos para inmunizarse y 79 recibieron al menos la primera dosis.
“Sí difunden el mensaje en los lugares públicos, ponen pancartas y suena en la radio, pero no se logra comprender por completo”, sostiene Telma Chuc, comadrona de Santa Lucía la Reforma. “Para muchos es confuso escuchar que no quieren enfermarnos pero a la vez nos meten algo por la nariz. Con la vacuna es lo mismo: no nos quieren contagiar, pero en esa inyección viene el virus”, añade.
La comadrona ha notado mayor sentido de protección por parte de las embarazadas. No todas creen en el coronavirus, dice, pero tienen miedo a cometer errores con efectos perjudiciales en sus hijos, entonces usan la mascarilla por si las dudas.
Según el sociólogo, Jorge López-Bachiller, residente en Patzún (Chimaltenango), esta problemática se extiende a otros municipios, como en el que vive. Allí la estrategia de comunicación no se ha concentrado solo en explicar qué es la COVID-19, sino en aterrizar sus efectos.
“Los mayores son más renuentes, entonces se les dice cómo la enfermedad podría llevarlos al intensivo si no se trata. Ellos asocian esto con no sobrevivir y no ver crecer a sus nietos, y así se debilita el muro”. No solo se requiere superar la barrera del idioma, sino también poner ejemplos para ayudar a las personas a saber cómo les afecta esto en sus circunstancias, añade.
En Patzún se dan cambios de a poco sobre la concepción de la pandemia, concluye el sociólogo. Antes prevalecía el no creer en ella, mientras ahora los vecinos preguntan por qué su alcalde no toma medidas más fuertes para contener los contagios.
Santa Lucía la Reforma es un ejemplo de los municipios con menos pruebas realizadas en el último mes. Mientras allí no se detectan enfermos, esta semana se superaron los niveles habituales de positividad a nivel nacional, cuando el 7 de julio se confirmaron 3 mil 69 casos nuevos.