Esta es una crónica de las vivencias de algunos padres que pudieron completar el esquema de inmunización contra la COVID-19 para sus hijos. Solo 2.2 por ciento de esa población lo ha logrado.

Por Claudia Palma
Conseguir la segunda dosis de la vacuna contra la COVID-19 para adolescentes es un ejercicio de varios intentos. La jornada del domingo pasado comenzó con las cinco campanadas de la Catedral Metropolitana que anunciaron del fin de la madrugada.
Un centenar de adolescentes acompañados de sus padres aguardaban la apertura del puesto de vacunación en el lugar donde aplicaron dosis de Pfizer, una de las dos marcas indicadas para menores de 18 años.
Los primeros en llegar estaban ahí desde las 3:00 horas. Otros hicieron tiempo en calles aledañas desde sus vehículos con la esperanza de ser uno del millar de afortunados en volver a casa con el esquema completo.
Irene es madre de una adolescente de rizos rebeldes sometidos esa mañana por un par de gruesas orejeras. Ese fue el tercer intento por aplicarle la segunda dosis a la chica de 12 años. El viernes anterior estuvo a pocos turnos de lograrlo en Mariscal Zavala.
A Irene le preocupa la reanudación de las clases presenciales. No descansa al 100 por ciento en la efectividad del fármaco, pero piensa que algo protegerá a su hija cuando sea momento de volver a las aulas en modo presencial.
En el país se han administrado 8.8 millones de vacunas, 5.4 millones son primeras dosis. De esta última cifra apenas el 11.07 por ciento corresponden al grupo de 12 a 17 años. La cifra se reduce drásticamente cuando el reporte confirma que solo el 2.2 por ciento logró culminar el esquema completo.
El presidente, Alejandro Giammattei, recién anunció el ingreso de un nuevo lote de 2.5 millones de vacunas Pfizer el 15 de noviembre, adquirido por medio del Fondo de Acceso Global para Vacunas COVID-19 (Covax por sus siglas en inglés).
Sandra, madre de otra adolescente de 14 años, se siente con suerte esa mañana de domingo y lograr uno de los 700 turnos que reparten en la modalidad peatonal. Para quienes se vacunan desde sus vehículos solamente habrá 300.
¿Cuál creen que sea el problema de que sea tan cansado inmunizar a los menores de edad? Desorganización, una comunicación ineficiente y una mala gestión para adquirir las vacunas, coinciden varios de los padres en la fila.

“La última vez que vine estaba cerca del Pabellón”, cuenta Sandra mientras recorre mentalmente la distancia y sus ojos se fijan frente a la fachada de la réplica de los arcos donde se firmó la Independencia. “¡Ahora estamos más cerca!”, exclama confiada. Tres horas y media transcurrieron antes de asegurar el puesto 82 para su hija.
Dos días después de aquella conversación, Eliú Mazariegos, director del Sistema Integral de Atención en Salud, confirmó en el programa ConCriterio que solamente quedan 63 mil vacunas para 3.8 millones de niños y adolescentes que la requieren.
La actividad en la Plaza comienza. Una larga fila de indigentes se forma en busca de una modesta merienda que ofrecen los voluntarios de una iglesia. Una mujer que esperaba a vacunar a su hijo, vuelve sin remordimientos con dos cafés.
Al ver el numeroso grupo uno de los menesterosos se aventura a pedir limosna mientras es reprendido con dureza por una barrendera de la comuna: “¡Todas las mañanas amanece en la calle y solo sabe poner la mano!”. Sorprendido se vuelve y pregunta a nadie en particular: ¿Qué dijo? ¿Qué amanezco en la calle todos los días? ¡Dónde quiere que amanezca!” Compungido se guarda sus manos entre su viejo suéter y se diluye entre la Plaza aun oscura. La escena deja en silencio a todos.
Con el fulgor del sol aparecen los vendedores: los de lapiceros “para llenar el consentimiento de vacunación”; de gorras y viseras “para cubrirse del sol”; gafetes “para guardar el carnet de vacunación”, y hasta raperos que por una moneda inventan una canción “para matar el aburrimiento”.
“Esto del Covid ha sido terrible, perdimos un tío y a su esposa, de tres hijos solamente sobrevivieron dos y ahora ellos no quieren que los visitemos porque tienen miedo de ser contagiados. Tampoco quieren salir a la calle. Están encerrados en su casa, aterrados”, cuenta Sandra.
Cerca de las 8:30 de la mañana, la fila rodea completamente la plaza y se extiende hasta el inicio del Portal del Comercio. Los turnos fueron repartidos y los soldados organizaron grupos de veinte y con velocidad aplicaron las dosis.
Los adolescentes son remitidos a un área de observación en donde reciben una plática de cómo prevenir la COVID-19, que deriva en una invitación a la abstinencia sexual.
En el puesto de vacunación en la Guardia de Honor trascendió que cuatro familias durmieron frente al cuartel. Lograron su cometido, pero otras no, regresaron a casa sin la vacuna para sus hijos. Cerca de las 11:00 horas las redes sociales anuncian que las dosis se agotaron en el último de los centros de vacunación disponibles ese día.
Dos adolescentes conminan su madre: “¡Hay vacunas para usted, debería vacunarse!”, las alientan, pero reciben por respuesta: “¡Nooo! Yo no me vacuno, ¡vámonos!”.