Entre 2018 y 2019 recibió a 2 mil 323 repatriados, siendo el más afectado por la política anti inmigratoria de Estados Unidos. Este es el segundo reportaje de Nuestro Diario.

Sonny Figueroa / Nuestro Diario
En Joyabaj, Quiché, ocho de cada 10 personas viven en pobreza y 3 en pobreza extrema, según indicadores de Desarrollo Humano. Es un municipio que cada año lucha contra la sequía, para cultivar los alimentos con los que subsiste.
Por ello sus habitantes migran. Muchos no logran llegar a Estados Unidos y regresan con sus sueños rotos y deudas que les son difíciles de pagar.
El 70 por ciento de la población habla k’iche’. A consideración del sacerdote Leonel Osorio, el motivo que impulsa a los joyabatecos a migrar es la desigualdad. Históricamente, dice, existe un abandono de los pueblos indígenas. “Allá (EE. UU.) no todo es color de rosa, pero se tiene un trabajo fijo y un sueldo. Tampoco hay oportunidades para los jóvenes, luego de pasar años en la escuela y en la universidad”, añade.
Entre 2018 y 2019 el municipio recibió a 2 mil 323 repatriados de Estados Unidos, según el Instituto Guatemalteco de Migración. Se suman a un pueblo donde la mitad de sus habitantes no tienen trabajo.
Q75 mil para irse
Muchos habitantes tienen terrenos heredados que cuando deciden migrar, los hipotecan para pagarle a un “coyote”, como se les llama a los traficantes de migrantes, o recurren a prestamistas que les cobran altas tasas de interés. Si son deportados, pierden todo.
Santiago Ramos, integrante de la alcaldía indígena, dice a Nuestro Diario que las personas deben pagar a los coyotes Q75 mil para llegar a Estados Unidos o Q20 mil por un adulto, y Q20 mil por un niño, si quieren irse a entregar a Migración como núcleo familiar, para pedir asilo.
“Los coyotes piden el dinero, pero si no se tiene, le quitan sus terrenos. Es muy arriesgado porque si lo regresan a uno se pierde todo”, lamenta el líder.
Los traficantes de migrantes operan desde hace años en Joyabaj, incluso los viajes ilegales son promocionados en las radios comunitarias, pero no existe ninguna denuncia.
Saúl Estrada, oficial de la subestación de la PNC del municipio, explica que existen grupos de coyotes y que buscan combatirlos, pues, aunque su actividad es un delito, la gente los protege.
“Si hay problemas con ellos, las autoridades comunitarias lo arreglan y no avisan; nosotros impulsamos la cultura de denuncia, pero no tenemos ninguna en contra de estos grupos y así es difícil identificarlos”, indica el oficial.
Grandes y pequeñas casas
En las diferentes entradas para llegar a Joyabaj se observan casas de tres niveles construidas con remesas que envían cada semana quiénes lograron llegar a Estados Unidos. Pero también hay otras de lámina y madera, de aquellas familias que prefieren no arriesgarse, pese a sus precarias condiciones.
Santiago Ramos tiene siete hijos y a pesar de sus dificultades para cultivar maíz por la sequía de los últimos tres meses, decidió quedarse.
“El Gobierno no da ayuda al agricultor. No hay trabajo. Hay momentos que uno quiere irse, pero se piensa en la familia y el pasaje. Como le dije, hay mucho retén y da miedo. Yo mejor me quedo luchando aquí”, se conforma.
En el centro de Joyabaj los negocios pequeños abundan, todos son propiedad de familiares de migrantes que tratan de impulsar la economía del pueblo, pero no hay una lógica de oferta y demanda de mercado.
En una cuadra hay hasta tres tiendas, pacas de ropa y comedores. Sin embargo, mientras el Estado no se haga presente e impulse políticas de inversión, los pobladores seguirán buscando, al que llaman, el sueño americano.