Totonicapán

    Mirna Alvarado
    Henry Josué González

Santa Lucía La Reforma: el Corredor Seco de Totonicapán

Gaspar es el último de seis hermanos. Tiene 4 años, pero no los aparenta. Llegó a la clínica de nutrición del Centro de Atención Permanente (CAP), de Santa Lucía La Reforma, Totonicapán, junto a sus hermanos Joel, de 9, Marcos de 7 y su mamá, Amelia Nereida Castro, de 32.

“Gaspar está malito. Tiene tos y calentura. El doctor dice que se va a recuperar con el jarabe y las pastillas que me dio, pero nos mandó aquí porque sigue desnutrido”, comenta.

En la casa, otros tres niños, de 10, 12 y 14 años dejaron de estudiar para ayudar con los gastos. Castro no sabía que sus hijos padecían desnutrición crónica. “Soy chiquita y siempre he sido delgada. Pensé que eran así porque se parecen a mí”, cuenta.

Nereida y sus hijos viven en uno de los 114 municipios priorizados por la Gran Cruzada Nacional por la Nutrición; ocupa el lugar número 12 con una categoría de vulnerabilidad nutricional “muy alta”. No es el único, el departamento figura en ese programa.

María Lux en su casa de habitación, junto a sus trillizas de 18 meses y el hijo mayor de nueve años. La pequeña de verde recayó y volvió al centro de recuperación del hospital.

Sus cinco hijos asisten al CAP desde hace más de un año. Pero no han sido constantes en sus chequeos. A veces han tenido que desistir por el largo recorrido que deben hacer para venir. Viven a ocho kilómetros de la cabecera, pero para llegar a la clínica deben caminar. Los buses no pasan en dónde están y desplazarse por tuc tuc es caro. Antes de la pandemia, el trayecto costaba Q10. Ahora, Q25.

“Para venir, salimos a las 07.30. Hacemos dos hora y media porque los niños caminan lento y a Gaspar hay que cargarlo cuando se cansa. Sus hermanos me ayudan”, comenta.

El censo de talla escolar de 2015 el último disponible, determinó que el 69.7 % de menores de cinco años padecían desnutrición crónica en el municipio. Hoy, la situación es idéntica, asegura Yadira Chaclán, la nutricionista del CAP. “Sí, son siete de cada 10 niños”, afirma. “Por ello, a los menores de cinco años procuramos hacerles controles de peso y talla una vez al mes y, a partir de los seis años, uno cada seis meses”.

Amelia Nereida y sus tres hijos son atendidos por la nutricionista del Centro de Atención Permanente. Previo fueron revisados por el médico que identificó una inflamación en las amígdalas de Gaspar.

Presupuesto escaso

Santa Lucía La Reforma cuenta, desde abril de 2020, con una Oficina Municipal de Seguridad Alimentaria y Nutricional (OMSAN) en la que trabajan cuatro personas: el director y tres monitoras encargadas de visitar a las familias afectadas.

La OMSAN trabaja de la mano con la clínica del CAP para identificar a quienes padecen desnutrición crónica y llevarles ayuda. Como el clima del municipio es cálido, y por ello pertenece al Corredor Seco, se complica sembrar maíz y frijol. Por esta razón, el Ministerio de Agricultura apuesta a huertos familiares con verduras adaptadas a sus suelos.

También es imperante abordar la falta de acceso al agua. La actual administración municipal gastó ya alrededor de Q13 millones en proyectos de perforación de pozos para, entre otras cosas, contribuir a conservar los huertos.

“Optamos por pozos mecánicos porque las montañas donde están los nacimientos se encuentran muy distantes y la topografía nos impide traer el agua directamente”, comenta el alcalde Pedro Osorio Quinilo. El jefe edil, electo por primera vez y quien pertenece al partido oficial (Vamos), recalca que ya construyó cinco y espera terminar tres más, ya programados, en 2023.

Para este año, la municipalidad de Santa Lucía La Reforma asignó Q201,372 para evitar la desnutrición crónica, Q2 millones para prevenir la mortalidad, Q12.8 millones para acceso a agua potable y saneamiento básico y Q7.1 millones para disminuir la pobreza y pobreza extrema. El presupuesto total asciende a Q37 millones.

El alcalde Pedro Osorio Quinilo, de 43 años, ocupa por primera vez el cargo. Llegó con el partido Vamos. Su profesión es comerciante. Es uno de los cuatro jefes ediles del departamento que sí contempla una partida para prevenir la desnutrición crónica.

Asistencia insuficiente

Se necesita agua y alimentos. “El año pasado, detectamos el caso de un niño con desnutrición crónica. Se le trasladó al centro de recuperación que se ubica en el municipio de San Bartolo Aguas Calientes, a 25 kilómetros”, recuerda Ana Castro, una de las monitoras de la OMSAN. El pequeño falleció dos meses después. “Luego de su tratamiento le dio neumonía por un descuido”, cuenta. “Quisimos generar mayor conciencia en sus padres de la necesidad de prestarle atención al salir del centro, pero rechazaron nuestros consejos” cuenta.

María Lux vive en una casa de adobe ubicada a 45 minutos de la cabecera municipal (si el viaje se hace en automóvil). Tiene cuatro hijos: un niño de 9 años y trillizas de año y medio.

Su hijo es un caso recuperado de desnutrición crónica. Sus hermanas, sin embargo, fueron diagnosticadas con desnutrición aguda. “Mi leche no fue suficiente para las tres y como no hay dinero lo único que podía darles era atol de masa o agua con azúcar”, dice Lux.

Catarina Jimena, Nathalia Jimena y Karina Jimena Lux fueron trasladadas al Hospital Nacional de Totonicapán. Después de seis meses regresaron a su casa, pero Nathalia recayó en agosto. El problema es evidente. No le crece el cabello, su piel es áspera y su estómago está visiblemente hinchado. La ayuda que reciben de la OMSAN no es suficiente.